Para apuntalarse en el sinuoso mundo de las publicaciones científicas en salud, nada mejor que agrupar a los amigos, buscar un padrino de renombre y bautizar a la jorga con el nombre de “comisión”. El grupo The Lancet (fundado en 1823 y desde 1991 parte del gigante editorial Elsevier), que goza de una imagen excepcional entre los médicos, periódicamente otorga a modo de bula papal la autorización de usar su nombre y sus páginas a todo tipo de comisiones. Hay para escoger, como en botica, desde salud y violencia con armas de fuego, hasta muertes cardiacas y cáncer, pasando por equidad de género. Hasta hoy, se han registrado 110 comisiones Lancet, la más reciente enfocada en el cuidado, intervención y prevención de la demencia.
The Lancet es un gigante de la publicación científica médica; es una de las revistas académicas más antiguas e importantes del campo y es percibida como tal. Estudios de gran envergadura han sido publicados en sus páginas. Pero también pseudociencia. En 1998 The Lancet publicó el infame artículo de Andrew Wakefield que tiene impacto hasta el día de hoy pues convenció a ciertas poblaciones de que las vacunas pueden causar autismo. Su artículo tenía datos fabricados y fue desacreditado 12 años después.
Casos más recientes incluyen el artículo sobre la hidroxicloroquina en pacientes con COVID-19, que fue retractado, y la infundada sugerencia de que el SARS-CoV-2 salió de un laboratorio de EEUU, promovida por un profesor de economía, Jeffrey Sachs, director de la comisión The Lancet de COVID-19. El profesor Sachs es quizá más recordado en nuestra región por su abogacía de los programas de ajuste estructural en la década de los 1980s que tuvieron, entre otras consecuencias, un impacto negativo en indicadores sociales y de salud en las dos décadas siguientes.
La comisión enfocada en salud y el cambio climático se transformó en “The Lancet Countdown”, que desde el 2015 tiene como objetivo analizar patrones climáticos, sus posibles consecuencias en la salud y las estrategias potenciales para mitigarlas. Sin ser parte de la comisión, nosotros produjimos el informe para Ecuador, un país que no había participado antes. La comisión para el racismo, discriminación estructural y salud global fue criticada ya que ningún comisionado era de América Latina aun cuando su lanzamiento tuvo lugar en México.
Además de las comisiones, históricamente The Lancet, ha impuesto una visión hegemónica, de superioridad del centro sobre la periferia, llegando incluso a promover propuestas eugenésicas, e ignorando los aportes locales, como por ejemplo, al describir la enfermedad del sueño como descubierta en su totalidad por científicos ingleses.
Con mis colegas publicamos una pieza de opinión en The Lancet criticando la necesidad de estas comisiones y de esta imposición de perspectivas eurocéntricas, esta nueva forma de colonialismo. En ese artículo hacemos un llamado “a la creatividad contra la hegemonía, la desestandarización para una mayor sensibilidad a la disidencia, y solidaridad para despriorizar a aquellos que están en el poder sobre otros, para enfrentar el racismo estructural en iniciativas de salud global”.
Es esperanzador que The Lancet se preste a publicar artículos en los que se critiquen sus prácticas pues sugiere que sus editores están abiertos a un debate sobre los espacios de mejora. Lamentablemente, de la publicación de un texto a la acción hay abismos infranqueables. Por eso, queda más bien en nosotros dejar de confundir el prestigio con el conocimiento y recordar que desde Ecuador y otros países podemos resolver nuestros propios problemas y compartir conocimientos con las llamadas potencias mundiales.
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